Pasando el puerto – Marco A. Macía
Desde que aquel ministrín de sanidad trató de restar importancia al mal producido por el aceite de colza diciendo que era un bichito muy pequeño, tanto que se si se caía de la mesa se mataba, esto es un sinvivir. Una lenta agonía en batalla constante contra lo pequeño pues, a la vista está, o no tanto, lo pequeño es lo más peligroso y fatigante. Frente a la omnipotencia de los grandes proyectos planetarios -qué se yo: cultivar acelgas en Marte, colonizar fosas abisales, teletransportar materia, romper el espacio tiempo- aparece una insignificancia invisible de puro minúscula y desbarata los planes que se preveían indestructibles. Por ahí navegan esas bolinas de plástico, a las que llaman pellets para distinguirlas de la nada, que tras volcar frente a las costas portuguesas ya se mezclan con la arena en las playas del norte. Casi ni se ven y puro pequeñas ni flotan ni se hunden ni van ni vienen ni son tóxicas ni inocuas, pero de tamaño suficiente para que tiemblen los gobiernos y vibren los móviles con inquietud de despido. O para confirmar que cuanto más pequeño más peligroso, ahí circula la gripe mezclada con virus de su mismo ridículo gramaje calzando mascarilla a medio país. O los posibles olores de ese lío de Piedralba, ínfimas partículas insignificantes en la inmensidad de la atmósfera maragata. Esas cosinas mínimas, imperceptibles, tan poderosas cuando no se consideran. Tan invisibles cuando tumban gigantes.