Pasando el puerto – Marco A. Macía
Durante años los kioscos fueron islas en el océano de los rumores donde recalaban los náufragos de la curiosidad y los piratas de las certezas. Cada uno con sus manías. Los había muy puntuales. Tanto que formaban cola a la hora exacta en la que el kiosquero cortaba las bridas de los paquetes con los periódicos del día, como dicen que hacen los tiburones cuando olfatean sangre caliente, para devorar las primeras piezas. Otros esperaban la caída de la tarde, esa que llamaban última edición, para sorber la tinta fresca de la noticia recién nacida. Todos eran fieles a su cabecera y, salvo desastre mayúsculo, leían lo que menos molestaba porque eso era estar bien informado. Los kioscos salpicaban toda la ciudad porque tenían lectores, no peregrinos. Hoy tienen que inventar para atraerlos. Como la convocatoria de nostalgias de cromos, quedada de coleccionistas, anunciada por Marce para los próximos días. Iniciativas, en fin, que convierten al kiosco en noticia para completar los álbumes desdentados que esperan cazar el cromo final para acabar la colección. En los alrededores del kiosco volverá a oírse el soniquete de repe, sile, nole. Y alguno, osado, incluso comprará un periódico.