Pasando el puerto – Marco A. Macía
Tras el Niño Jesús, nadie ha hecho más por la Navidad que los bazares chinos. En esos retablos de las maravillas que colmatan las repletas paredes de sus pasillos se materializa eso tan etéreo del espíritu navideño y así, con ligeras variaciones formales porque las modas también crean tendencia en las tradiciones, vuelve cada año el festival de brilli brilli y cinta rojas sobre fondos verdes que tras cruzar los siete mares en contenedores acaba maltratando hogares y ciudades. Lo que en su día fueron cintas de colores ¿decorando? un pino, hoy son luces parpadeantes devotas del led o cuernos de reno que convierten al fieltro en la segunda piel de elfos que tan pronto bajan a tirar la basura como presiden la comunidad de propietarios con la solemnidad de un pontífice. La democratización de la Navidad era esto: una organizada logística de reparto de los excedentes del plástico asiático. Aunque con matices, porque para ser navideño con corazón de Jijona lo suyo es tener un balcón a la calle donde demostrar sin tapujos que se es muy feliz, tanto como los infinitos metros de guirnalda y los watios de potencia que deslumbran al tristón que tirita en la acera. Sirvan estas pasiones para que, ya sin ironías, la Navidad llegue a cada rincón. O shèngdán jié kuàilé, que así se dice feliz navidad en los bazares.