PASANDO EL PUERTO – Marco A. MACÍA
Cuando no existía el calendario el cambio de año pasaba desapercibido. Así fue durante milenios. Al igual que los días seguían a las noches y el invierno al verano lo natural era que tras un año otro le sucediera con feliz ignorancia, sin que esta carencia pusiese fin a la vida ni corsés al tiempo. Pero el calendario llegó y con él la necesidad de contar los días y las lunas, y consecuentemente, hacer balance al alcanzar un punto exacto, un segundo concreto, en el que el ascenso se convertía en descenso y viceversa, cuando lo viejo se transformaba en nuevo. Y en esas estamos.Tornando la hoja y arrancando minutos a la cuenta atrás con el sueño de seguir adelante. No es obligatorio, si recomendable, hacer balance. Saldrá bien o mal según quien lo realice porque no es el primero y ya aprendimos que dos y dos no son cuatro. Una suma positiva para cuadrar todo lo que no se compra: el saldo de amaneceres, caricias y resguardos, de encajes de cuellos fundidos en abrazos, de latidos líquidos que vibraron con sorpresa, de pellizcos en el alma cuando las cosas salieron bien, de reparadores arreglos de última hora, de ecos de voces que aún atienden, de guindos para seguir cayéndose, de bramidos y ecos intensos. Cornadas retadoras para dar no dar la vuelta y asumir, gritando, el compromiso de a por otro. Allá vamos.