Pasando el puerto – Marco A. Macía
La cofradía de San Antonio Abad de Puerta de Rey, que se pronuncia la del cerdo, ha tenido que volver a girar sus ruletas. El agraciado del primer sorteo no ha aparecido. O quizá, para añadir dramatismo al asunto, ha evitado mostrar la papeleta y conceder al premio, que nunca al premiado, unos kilos de engorde. Total, que de nuevo se ha rifado un gocho, o su equivalente en chacinas como se dice en moderno. La invocación a la suerte, para el afortunado ganador que nunca para el cerdo, tiene forma de disco rotulado del cero al nueve, con remate en los bordes de diez puntas que al chocar con un tope elige la cifra vencedora. Es el carrasclás de la suerte que algunos malintencionados asocian al castañeo de los dientes del animal objeto de premio, a quien es fácil imaginar allá en su lejano cubil, temblando al acompasar cifras y sacrificio en sus presumiblemente cortas entendederas de cerdo predestinado. La cifra afortunada es baja. Un raquítico 0039 que podría confundirse con la talla de cualquier zapato de tacón: ya sabemos para lo poco qué sirven los petulantes ceros a la izquierda. La intercesión de bueno de San Antonio, que recordemos que lleva un cerdo bajo su manto, facilitará que aparezca el ganador del premio para alegría de su mesa. Pues que aparezca, antes de que las lavadoras obren el milagro del indulto en cualquier chaqueta echada a la lavar sin repasar los bolsillos y se pierda la tradición.