Marco A. Macía – Pasando el Puerto
José Luis Nieto llevaba años en capilla. En el gimnasio de la oposición local donde se musculan o descomponen los cuerpos políticos hasta que llega su turno. Estuvo a un tris en las penúltimas y entró triunfal en las últimas. En su caso el entrenamiento, más largo de lo que él siempre creyó, le proporcionó capacidad de aguante, resistencia y algunas fibras de esas que dicen que tienen los juncos permitiéndoles doblar y no romper. Con ojo de mercader analizó durante suficiente tiempo dónde estaban las oportunidades y dónde los fracasos. Vio con claridad lo que estaba roto, y no sólo las baldosas, y escuchó a quien se le acercó para comentar sus pesares prometiendo que, si estaba en su mano, se resolverían. Ha traído jarana de fin de semana y puesto alfombras para que ganen un duro los que pican de lunes a viernes. Se ha metido en charcos innecesarios que de rebote le confieren un criterio sin pretenderlo. Gusta a unos y disgusta a otros, sobre manera cuando aprieta sin razón y en silencio. Que estuviera acompañado en su procesión, nótese el posesivo, por quien manda no fue coincidencia sino anuncio. Ahora debe aumentar la solapa de la chaqueta azul para colgar otra divisa. Coordinador orgánico. Tejedor de estrategias. Número dos. Llámalo como quieras, siempre que el número uno siga siendo Astorga y sus cosas.