Pasando el puerto – Marco A. Macía
La cercanía de las elecciones europeas, esas que en realidad nos pillan tan lejos, ha devuelto los paneles a las plazas. Ya se alzan virginales esperando el escobón y el cartel del candidato. Nunca se ha estudiado con rigor si estos paneles influyen en los resultados más allá de la certeza de que su presencia anuncia otra fiesta de la democracia. Desde los carteles nos observarán las caras, que son el espejo del alma, de los aspirantes a eurodiputados con la sonrisa del encantador zalamero y sin saber quién mira a quién. Sus ojos de papel se clavarán en los tuyos con el guiño cómplice de quien te necesita, pero sólo el tiempo imprescindible para unir urna y sobre en esa comunión cuatrianual que convierte el día de las elecciones en el gran momento democrático, sabiendo que el peor momento de la democracia es justo el día después. Y no sólo porque la democracia se reduce a burocracia sino porque los electos optan por interpretar los resultados no con arreglo a lo que dicen los resultados sino con arreglo a los que ellos deciden que les conviene que digan. Y ahí estás tu. Mirándolos fijamente y, en realidad, adivinando el futuro. El suyo, quiero decir.