Pasando el puerto – M. A. Macía
Al final todos los caminos conducen a Gorgorito, que también se pronuncia Peneque. Tras pasar todo el año de la ceca a la meca entretenido en esas gestiones tan apremiantes que requieren la máxima atención, tratando con personajes tan inconsistentes como Rosalinda o cumpliendo las instrucciones del ogro Dientes Largos: llega la segunda de agosto y Gorgorito te atrapa en el sumidero donde acaban los sudores del ejercicio. Por unas horas, mágicos minutos, te cede la estaca y su poder desenfadado requilibra los desajustes a base de mamporros y pone punto y final a tanta tontería como hay que aguantar. La tramitación burocrática desquiciante, el certificado digital que no funciona, el pin de las narices que se atasca, el justificante presentado fuera de plazo, los retrasos injustificados, el extravío del resguardo, el cambio de planes que te deja frío. Son tantas las ocasiones en que se recuerda con nostalgia la estaca de Gorgorito que sabe a muy poco los minutos que la cede desde su estrado del jardín. Ojalá se estirara el alcalde y regalase a cada astorgano una de sus estacas como defensa milagrosa ante las injusticias que nos destruyen con esa cotidianeidad tan preocupante como molesta. Proporción exacta a razón de un vecino una estaca de Gorgorito. Se armaría la mundial, efectivamente, pero descansaríamos en paz.