J.J.A. PERANDONES – La tolva
A las lomas de El Espíritu Santo y Las Jaras, de los términos de Piedralba y Oteruelo, las llamas y las labores de extinción han dejado unas tierras en parte calcinadas y con abiertas zanjas de cortafuegos. Aunque abundan en ellas, como en el resto de las 800 ha el lunes incendiadas, las zarzas y las ‘escobas’ carbonizadas, plantaciones quemadas de pinos —las cumplidas de maleza como un cementerio de mojones fúnebres—, no todo el campo para la agricultura se tornará baldío. Muchos pinares, pues, importados a esta tierra rojiza, no pervivirán por el devorador fuego, pero los grandes mantos chamuscados, del recién cosechado centeno y paja recogida, serán roturados y volverán a cuajar en ellos nuevas espigas. Se ha salvado por días el centeno, el cereal de secano que torna en oro al atardecer soleado esas y otras lomas. Esas lomas donde el labrador ha conservado, entre la mies, centenarias encinas, con sus copas de ese verdor tan apagadamente bello, por estar tomado por el tiempo. Es miércoles, apenas humean ya las lontananzas, y en el camino rural de este paraje veo cómo se esconde en su madriguera un conejo y, más adelante, en la senda a la iglesia de Oteruelo, antes de atravesar el seco río Turienzo, cruza desorientado un ciervo. Aunque quizás no volverán todos los corzos, ni los conejos, ni los ciervos, a saber dónde los vivos hallarán el alimento, curará la encina y granará de nuevo el centeno.