SIN PASIÓN – Eduardo Sáez
La palabra chiringuito nos evoca una construcción precaria. Su étimo es el puesto callejero de venta de “chiringo”, zumo de caña de azúcar obtenido por presión de una pequeña prensa manual. De ahí, asociado a playa y estacionalidad, pasaron a llamarse los bares-restaurantes de temporada que abren, y cierran según demanda. Pero la lengua expande conceptos y, por extensión, hemos extendido la palabra a cualquier cosa montada a prisa, sin demasiado cuidado y por provecho de unos pocos, normalmente con vida efímera.
Esta semana, en las Cortes, han motejado desde Vox de “chiringuito” a una fundación por la “Identidad de Castilla y León” inventada por el presidente Mañueco la pasada legislatura y que, a iniciativa de UPL, el parlamento autonómico ha instado a disolver.
El éxito de la fundación es conocido: el sentimiento castellanoleonés muere en las orillas del Pisuerga y/o en la cuenta corriente de la legión de estómagos agradecidos que si tuvieran que vivir de un trabajo de verdad las pasarían canutas.
Pero no adelantemos acontecimientos: aunque las Cortes han dado orden de disolverla, Mañueco, contumaz en el error (aciertos no se le conocen) es capaz de, como los virreyes de Nueva España, decir ante un edicto real “acátese, pero no se cumpla”. Y es que hay chiringuitos hechos de hormigón. Como muchos rostros