Juan José Alonso Perandones – La Tolva
De las plazas Mayor, y de la Estación, o de Santocildes, fueron desapareciendo los puestos de helados, de golosinas, o el bombo de obleas. Ha sido la Plaza, con sus donceles, el reloj y los maragatos, el lugar apetecido por estos vendedores, como se aprecia en las fotos antiguas. De estos personajes, me gusta el poema “El buñolero”, de Félix Cuquerella, publicado por el “Heraldo”, el 21 de abril de 1899: al amanecer en un día de fina nieve, en el centro de la Plaza, ya retirados los serenos, alrededor del fogón, unos niños “medio encogidos se acercan al fuego”, a la espera de que el buñolero les depositase en cestas de lata los dulces para venderlos por la ciudad, al proclamo de “¡¡calentitos!! ¡¡¡buñolero!!!”. De estos oficios artesanos, el rey desde nuestra infancia fue el apacible Riancho, con su blanco carrillo de helados, su roja barquillera con ruleta y la negra máquina de asar castañas. La venta de castañas calientes permanece desde antiguo, dado que en el padrón de 1869 ya figura como castañera Dominga del Otero, de 48 años, avencidada en c. del Cristo, 17; y cuando la familia de Riancho dejó la plaza de los taxis, va para 17 años, fue sustituida por la vecina de Villadangos, Isabel Suárez Rojano. Hace unos días que ha vuelto. Su máquina no tiene la hermosa hechura de la de Riancho, ni se caldea con carbón de encina, sino con butano, pero no deja de resultar una pintoresca máquina de asar castañas.