Pasando el puerto – Marco A. Macía
El mejor disolvente contra el fango, el inhibidor de la máquina que dicen que lo produce, es una censura en condiciones. Nada de códigos deontológicos que cada cual interpreta conforme eso tan vago que llaman ética sometida al vaivén de lo que cada cual valora. Nada de militancias itinerantes al calor de quien paga. Una censura con todos sus sacramentos, bien trufada de normas irrebatibles que presenten sin ambigüedades de qué hablar en cada momento y como enfocar cada asunto y se acaba el problema. De raíz. Con tres hojitas y fin del fango: un detallado listado de temas prohibidos, otro de adjetivos repudiados y un tercer capítulo recopilatorio de loas y alabanzas para uso frecuente. Este país necesita una censura de verdad, no estas correas sutiles que sugieren y prohíben como quien educa a un adolescente malcriado hasta lograr el silencio de la pegatina militante y la disolución de la crítica. Una censura, en fin, soportada por una legión de disciplinados censores que resoplen en la nuca de quien escriba o hable en cuanto se salga del listado de lo permitido, con afán educador primero y amonestador después en caso de necia perseverancia. Desconozco la razón por la que nadie ha considerado aplicar una solución tan sencilla, tan a mano, como una buena censura. Los resultados no se harían esperar. Ya está todo inventado.