Pasando el puerto – M. A. Macía
La frecuente presencia de comisionistas de oenegés en la calles céntricas de cualquier ciudad tirando a mediana se ha convertido en otro rasgo identitario e igualador de nuestras capitales. Es complicado caminar por el centro sin que alguno de estos catadores de los buenos sentimientos no te pare con la carpeta de los problemas gordos del ahora: refugiados, deforestación, ballenas, insalubridad de aguas, analfabetismo o hambre. El chaleco de color, la carpetilla de los formularios y el dni pendulante al cuello en fundita transparente los identifica tanto o más que los quiebros de cadera que se dan apurando el paso. De superarlos aparece entre las gentes el chamán Wamba -profesor curandero- o el mago Kunta -gran vidente- repartiendo octavillas como quien pasa grifa, esto es, mirada alta y muñeca rápida. Borrar mal de ojo, quitar hechizos, recuperar pareja o atraer clientes son el día a día de estos santeros que todo lo arreglan con un número de teléfono de eficacia contrastada. Es un milagro que todavía no hayan coincidido hechiceros con oenegés y, del tirón, intercambien folletos por formularios para hacerse valer unos y solucionar lo gordo otros. De coincidir podrían trocar solidaridad por magia, eliminar las domiciliaciones bancarias que pretenden tranquilizar conciencias a cambio de euros y, quién sabe, solucionar lo que parece imposible.