SIN PASIÓN – Eduardo Sáez
Hay expresiones que pertenecen al acervo de gentes antiguas como el firmante y que a fuerza de uso, se han gastado. Hasta no hace demasiados años, se hablaba de la “cuesta de enero”, como el mes en el que correspondía un plan de ajuste duro en las economías familiares para purgar las alegrías de mesas y regalos de épocas navideñas.
La expresión ha caído en desuso, porque enero, en estas condiciones es un mes tan difícil y crítico como cualquier otro. Las gentes con niños hablan de la “cuesta de septiembre” y la púa que suponen libros y material escolar, cada vez más complejo y caro. Y para otros la cuesta está en mayo porque han perdido su trabajo discontinuo entre la Semana Santa y el verano; o o en octubre y noviembre, por lo mismo.
Así las cosas, el calendario se ha convertido en un espacio inhóspito, donde hay cada vez menos meses-refugio que nos otorguen algo de tregua en la incertidumbre cotidiana que no para de acogotarnos. Ya no solo es la herramienta que marca nuestro envejecimiento; ahora es también un metrónomo de nuestras angustias, cada vez más frecuentes y menos estacionales. El año que entra se desea bueno, pero da miedo.