Ricardo Magaz – La Espada y la Pluma
Durante todo un año, Martín (nombre atribuido) vivió como una sombra. Cada amanecer era una batalla contra el miedo y la culpa, esa gran losa que cada noche le arrojaba al abismo del insomnio y los remordimientos. Había cometido un grave error, irreparable. Desde entonces su vida se convirtió en una huida angustiosa.
Una tarde gris de hace apenas dos meses, Martín llegó a un acantilado de la costa cantábrica. El mar rugía con furia, como si reflejara la tormenta que el hombre llevaba dentro. Sabía que los agentes estaban a punto de arrestarle. Por primera vez en mucho tiempo se permitió detenerse y respirar, pese a la orden de busca y captura. Miró al horizonte y recordó los días en que aún era persona y no un fugitivo, cuando la vida tenía colores.
Pero poco a poco el estigma del pasado se volvió insoportable. No quería seguir huyendo más, pero tampoco podía enfrentarse a lo que venía. Cerró los ojos y dejó que el viento rozara el rostro como despedida. Con una mezcla de miedo y liberación dio un paso al frente.
Mientras caía al vacío, quizás un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿habría podido hacer las cosas de otra manera? Ya era tarde para respuestas. Con él se llevó su historia, su culpa, su enorme culpa y su cansancio. Al fin, Martín dejó de luchar contra sí mismo; la tremenda penitencia, su propia vida.