SIN PASIÓN – Eduardo Sáez
En mis tiempos mozos llamábamos «El lechero» al primer tren de la mañana que llegaba a la ciudad con bidones de aluminio llenos de leche en su vagón furgón que había recogido por los pueblos inmediatos.
No he podido por menos que hacer analogía entre el tren y el cuento de la lechera ante lo que estamos viviendo en estos últimos tiempos: Talgo, la joya de la corona española, un fabricante de trenes por el que se peleaban todos hasta el punto que iba a ser «opada» por su competencia ferroviaria húngara, le ha endosado a Renfe, su gran cliente, unos trenes que se averían más que las escopetas de feria.
La presunta octava maravilla del mundo, los famosos Avril, que se acaban de estrenar, dejan a los viajeros tirados en cualquier punto a mitad de camino entre la nada y el vacío y lo que es peor, bloqueando vías sin que aparezca una locomotora de servicio a remolcar al herido.
Como en tantos episodios de nuestra historia, hemos pensado que éramos potencia ferroviaria, que Talgo iba a ser quien iba a devorar a los grandes de la construcción de trenes de todo el orbe y ahora resulta que es la propia Renfe la que tiene que sancionar «a los de casa» porque sus máquinas más modernas son “de todo a 20 duros”