Pasando el puerto – Marco A. Macía
Más allá de la cálida placenta azul clarito de trabajar en lo público hace frío. Y las cosas no son sencillas. En la selva regulada por el mercado de las empresas que levantan la persiana y salen a la calle con sus productos suele llover y nevar. En ocasiones durante meses. Pueden constatarlo los autónomos de la comarca y, consecuentemente, las empresas grandes donde las turbulencias son aún mayores. En las grandes además con la marcada exposición de sus decisiones que tanto eco tienen por, precisamente, ser escasas: lo que les ocurre se oye más lejos porque están rodeadas de desierto. Si hubiera muchas empresas, es decir, mucho arriesgado esfuerzo de empresarios por sacar adelante sus ideas incluso en territorios donde parecen una anomalía extraña, usarían sin hiperventilar los mecanismos legales que les permiten ajustarse a situaciones cambiantes. Es decir, las regulaciones temporales de empleo o ajustes de plantilla que -como se vio en pandemia- persiguen corregir situaciones impredecibles para mantener la actividad. Pensar de otra manera, es decir, considerar los éxitos exclusivos del trabajador y las cornadas responsabilidad única de empresarios demoniacos, es vivir en la inopia. En el desierto dogmático del rigor que no aplaudió cuando soplaban buenos vientos.
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