Pasando el puerto – Marco A. Macía
Pocos recuerdos se fijan en la memoria como la inmensidad del tren. El justo momento de la transformación del lejano punto del horizonte en una locomotora que arrastra vagones y se acerca ruidosa al andén de la estación se graba en el recuerdo de forma perenne. La vida de cada cual determina que esa primera impresión se quede en eso, en abrumador descubrimiento de un día, o en rutina que, de puro repetida, pasa desapercibida y ni levanta la cabeza del viajero ni sorprende a quien espera. Pero aun siendo cotidiano, nadie se acostumbra totalmente al paso imponente del tren. Los recuerdos primeros y las implicaciones posteriores de desarrollo, eficacia en el transporte y ecología hacen del ferrocarril un medio extraordinario. En nuestra tierra tenemos la fortuna de que el tren esté presente hasta casi acostumbrarnos: en ocasiones con resignación ante su recorte y en otras con justa reivindicación para incrementar sus servicios. En estos momentos, cuando el tren está tan de moda, ocupa agendas, licitaciones y conversaciones, toca reivindicar un justo tratamiento para este territorio. Haber tocado fondo sufriendo las consecuencias del cierre y abandono de la línea de Astorga a Plasencia es la indiscutible razón para que se replantee seriamente esta reapertura. Para equilibrar el territorio. Por respeto a sus habitantes. Porque, por fin, ya toca.