J.J.A. PERANDONES – La tolva
Ese es el significado primero, griego, del crisantemo, flor de oro, por su color dorado. Estos días, previos a la festividad que Gregorio IV unificó para la Iglesia en el 837, las aceras de Los Chinos rebosan de tiestos con flores, también se venden en los supermercados. En los pasados años 80, 90, las floristerías ya se quejaban por lo que consideraban desleal competencia: de las vendedoras procedentes de pueblos cercanos, que sembraban el suelo de la Plaza con sus ramos, por ellas cultivados. Aquellos crisantemos, resistentes, del otoño, no solo eran dorados, sino blancos y, con mayor abundancia, morados. Hoy de crianza en invernadero y confundidos con claveles del moro, margaritas… Para consumo propio, en huertas de la ciudad, y de los pueblos, aún se podan y renuevan los antiguos crisantemos. Pero este año, con un tiempo tan alterado, que tan pronto a unos o a otros obsequia con buena cosecha de tomates, de cebollas, de pimientos, o bien deja ‘al hiloveo’, ya puedes haberlos regado, con tiento abrigado, que no abren el cáliz para que se expandan los pétalos. Una pena, pues son los ramos que fructifican en la propia tierra de nuestros seres queridos. Y en tanto se hacen en casa se despiertan y avivan los recuerdos: nos criaron y educaron, con tantas renuncias propias, y lentamente, con toda una lección de vida, se fueron marchitando, definitivamente. ¿Qué es lo que lo pasa con el tiempo?