J.J.A.PERANDONES -La tolva
En los inicios de los pasados 60, los domingos, las dos plazas ensambladas no eran peatonales, pero por ellas paseaban y conversaban familias de obreros, del ferrocarril y de la labranza, antes de ver la película en los cines cercanos, Gullón, Tagarro, Asturic, o en el Velasco y Capitol. No faltaba, en la de Santocildes, la cigarrera, con la mesilla de cajetillas y picadura junto a papelillos de arroz y mecheros de chispa; y en la Mayor, el bombo de obleas, el carro de helados por el verano y en toda estación, en su cantón, el puesto con chochos, chiflatos y chupilargos. Si dispusiéramos de una fotografía de aquel pasear apacible, comprobaríamos la elegancia de sus trajes y vestidos de fiesta, muy contados, atesorados, duraderos, y ajustados a la hechura de cada cual. Era la Astorga, vestida por los sastres, las modistas, de alta costura. Hoy los armarios rebosan de atuendos y existen en las calles contenedores donde arrojar ropa a medio usar o recién estrenada, fabricada con tallas estándar. Carecemos de sastres y modistas, pero perdura el arte de la confección, gracias a las costureras, que hacen arreglos a las prendas, cogen los bajos del pantalón o elaboran bellos encajes. De ellas se ha acordado este año César Núñez, con el cartel de Piñata, pues es fiesta que requiere disfraces de fina aguja veneciana. Todo un disfrute este cartel, con el rostro de un clown en el que “no hay puntada sin hilo”.