Pasando el puerto – Marco A. Macía
La vida es suficientemente compleja para que nos empeñemos en complicarla más. Los años van enseñando que la sencillez de lo simple proporciona más alegrías que la confusión de lo complejo. Pero por una extraña razón se vive para complicar antes que aclarar, se sufre para retorcer en mil giros antes que simplificar por la línea recta. El asunto no pasaría de ahí si las complejidades o las ganas de enredar fuesen decisión de cada cual. Pero habitualmente no es así y son los demás quienes te obligan a elegir el camino más complejo. Los demás son quienes empujan en el nanosegundo de la última decisión a preocuparte por Gaza o Israel. Los demás son quienes cargan tus adjetivos calificando a quienes alcanzan las costas. Los demás son quienes te descubren seguidor de Broncano o de Motos ante la intranscendencia del café por la mañana. Los demás son quienes arrancan tu compromiso con la libertad o la mordaza. Los demás. Siempre los demás empujándote para que milites. Para que la simpleza de tu felicidad se trastoque en defensas que ni comprendes del todo ni tampoco te convencen plenamente. Menos mal que los demás son los culpables. A ellos deberían pedirle responsabilidades. Suya es la culpa.