Pasando el puerto – Marco A. Macía
Cerrar una feria, especialmente la esotérica, a las nueve de la noche es una faena. Como contratar a un pianista manco. Como celebrar la despedida de soltero en una notaría. Le resta naturalidad y le suma una rígida formalidad impropia. Es conocido que el negocio de los duendes y los arcanos comienza al oscurecer, en ese impreciso minuto en el que las sombras se adueñan de la luz y las hadas emergen entre el musgo. De madrugada bailan los espíritus y redoblan los charckas, libres, al fin, del corsé del sol. Una feria esotérica redonda y ambiciosa debería ampliarse hasta las tantas con sus buenos tableros de ouija entre oscilantes péndulos de cuarzo para que el público conozca todo el potencial de la magia blanca y negra en su esplendor. El tarot de madrugada incrementa sus posibilidades de acierto y bien perfumado de aceites esenciales gana una precisión inimaginable. Robar la noche negra a la ciencia tenebrosa de lo desconocido va contra la inteligencia. Pero qué le vamos a hacer. Los horarios de tarotistas, el convenio de los médiums o el reposo de feriantes mandan sobre la magia y a las nueve se cierra en pabellón de Rectivía. Menos mal que la luna está en creciente y son cinco los planetas alineados. La magia, irrefrenable, correrá por donde pueda desbordando la ciudad para bendición de todos los astorganos.