La tolva – J.J.A PERANDONES
Puede ser una visión ilusoria, pero en un día como hoy, 5 de febrero, hacia el mediodía, cuando un sol radiante ha evaporado la helada, y la atmósfera es imperceptible, de tan limpia y transparente, allá lejos, en la nevada montaña, parece atisbarse, sobresaliendo en su más alta cumbre, un miliario blanquecino. Al solaz de este paseo de muralla enrejado, que con el tiempo fue recrecido sobre la cerca romana, desde la nivelada placa de bronce catedralicia, del Instituto Geográfico, a tal mojón geodésico del Pico del Teleno, emplazado a 2188 m, nos separan 1315 m de altura; y un horizonte de varias leguas. Nunca sabremos los nombres de los tribunos o centuriones de Augusto que decidieron someter al criterio de los dioses, a través de los ritos de nuestro primer y desconocido augur, la idoneidad de asentar el campamento romano de la legión, la X, y la construcción posterior del foro, calles, templos y cloacas, en este promontorio de robles, quizás de encinas. Si bien primaba en ellos ultimar el dominio militar y el beneficio del oro astur, más acertada su elección no pudo ser: durante dos milenios largos los astorganos venimos disfrutando un paisaje que desde la ciudad se va elevando, en lomas y lontananzas, hasta la lejana y alta cumbre, donde se atisba un mojón blanquecino, que separa a diestra y siniestra, en la montaña, estos días, extensas olas de nieve, que nutrirán los manantiales y arroyuelos.
