Pasando el puerto – Marco A. Macía
En medio de un silencio atronador se están desencadenando miles de fenómenos mágicos para leer esta columnilla. Las manchas de tinta, pura química lo mires como lo mires, que reciben los ojos forman letras en alguna vuelta del cerebro. Otro giro más y las letras se transforman en palabras que desencadenan latigazos capaces de unir sonidos y crear conceptos. Capaces de aterrorizar, provocar lágrimas y estirar los labios. Capaces de condenar una existencia o aliviar la mayor fatiga. Esquela, cumpleaños, prisión. Palabras que a cada cual resuenan de una forma y que pellizcan las ideas de forma diferente. Madre, dinero, verano. Cada uno entiende lo que puede con cada concepto porque lo pasa por la criba de su vida y, en ese endiablado mecanismo, no hay dos máquinas igual de engrasadas. Las experiencias, la formación, el interés o el ansia definen los significados. Es tan complejo que se justifica plenamente que no nos entendamos. Que si yo hablo de ómnibus tu digas estrategia. Que a mi me parezca okupa y a ti derecho. Yo vea subida y tú merma. Tú debate y yo teatro. Sólo estaremos de acuerdo en una cosa: esta cuenta la pagamos los dos. Como siempre.