Marco A. Macía – Pasando el Puerto
Hay quienes consideran que lo más importante de un periódico son sus anunciantes. Y no van desencaminados. La publicidad que trufa las noticias y columnillas de cada día es una vía de escape para el lector, apesadumbrado ante un panorama desolador. Ciertamente es más agradable la foto de un apetitoso besugo a la parrilla que los restos de una colisión por alcance, más refrescante la nueva colección de bañadores que la crónica de un pleno. Es un termómetro de la actividad comercial de la ciudad y dibuja las inquietudes de cada momento al situar en un recuadro las valientes iniciativas de quienes abren un negocio. Los anuncios, en definitiva, como marcadores de por dónde van los tiros: el reclamo para ganar más. En las publicaciones clásicas la publicidad no titubeaba: comprad en ultramarinos tal, venid a conocer los nuevos tejidos de cual, probad el vino nuevo de Pascual. Hoy, en cambio, es más sutil y parece que no se dirige a nadie. Ya no usa el imperativo. Y no le hace falta, porque en el fondo, sólo pretende tu atención. En un negocio la publicidad es imprescindible porque a pesar de que pudiera parecer que todo el mundo ya sabe dónde estás y a qué te dedicas, tus anuncios te retratan. Porque aquí, en realidad, ya nos conocemos todos.