Marco A. Macía – Pasando el Puerto
Ramón, operario municipal, se había encargado hasta el pasado jueves de los almacenes. Ingresó en el ayuntamiento tras una carambola que algunos lenguateros airearon de viva voz por las tabernas en la casualidad de compartir abuela con un funcionario encargado de los nombramientos que justificaba las altas en el respeto a la tradición. Pasó desapercibido al principio, en un rincón, inmóvil. Era simplón y de cabeza triangular. Sin luces. Por eso le fueron colgando todos los chollos que el resto evitaba. Por otra casualidad, muchos apuntaban a su delgadez, se especializó en los almacenes donde cumplía jornada. Incluso noches y festivos sin que a nadie alarmase esa inaudita dedicación. En su cabeza, triangular como se dijo, inventarió todos los cachivaches que se acumulan en un organismo público tan necesario como pintoresco. Legislatura tras legislatura tomaba nota de los trastos necesarios para cumplir las promesas. Hasta que ya no podía más y urgido por la falta de espacio tiraba al contenedor lo que le parecía inútil. Este pasado jueves tiró una montonera de paraguas morados y fue homenajeado por sus servicios. Hoy luce –espectacular todo hay que decirlo- junto al Gullón. Ramón: el ramo leonés más grande del mundo. Y de León, consecuentemente.