Pasando el puerto – M. A. Macía
Es indudable que las noches tienen un halo mágico. Esa mezcla de tinieblas y jirones de luz intentando destacar en medio de la oscuridad, los destellos fríos de leve resplandor que alteran las formas y desencadenan confusiones. En fin, es indudable que las noches confunden. Y de forma especial la inmediata noche que nos espera. La noche de las prisas por dormir y apretar los ojos para que no se descubra el misterio. La noche de los recuerdos de pasos. De chirridos de puertas que se abren, del frufrú de las vestiduras solemnes. Ruidos y visiones que se defienden con el sello de la verdad categórica a la hora del desayuno o por la fuerza de la ilusión capaz de confundir lo blanco con lo negro. Es la noche de Reyes, señores y eso son palabras mayores. Este año no será una más porque a alguno se le convertirá en la primera y a pesar de las costras de su caparazón, se revolverá en su interior el gusanillo del niño que fue y entre brillos y negruras tendrá que desenvolver el paquete más grande con el lazo llamativo. Que acierten o no es un asunto que no corresponde aclarar a esta columnilla. Sí en cambio, llamar la atención sobre los ojos bien abiertos de la majestad real que ayudo a los magos para que la ilusión siga engrasando el motor durante el año que tenemos por delante. Las manos humanas capaces de convertirse en divinas.