Pasando el puerto – M. A. Macía
En realidad, lo de gobernar no es tan difícil. Ni tan siquiera gobernar el mundo, que podría parecer un reto titánico inabarcable para cualquier mortal. Es sencillo. Gobernar es resolver problemas con una idea -la que sea- y contarla muy alto y muchas veces hasta que se convierta en estupenda. Hasta que esa idea, por peregrina que sea, implique un golpe en la frente y un click cerebral con alguna interjección al descubrir que la solución al grave problema era fácil y, ciertamente, estaba ahí. Aguardando a que alguien lo dijera. Lo de Gaza, por ejemplo. Un problemón endiablado con muertos desde el antiguo testamento donde se mezclan pueblos y religiones. Un enjambre Y la solución está chupada: una excavadora grande, con cuña gigante para aplanarlo todo y levantar un resort frente a la playa. El momento es óptimo para quitar olivos y poner palmeras. Menos mezquitas y más piscinas. Fuera la torá y bienvenidos los cupones descuento. Unas calles bien trazadas, un paseo marítimo y listo. Dadme problemas y yo os serviré soluciones, que para eso me habéis elegido. De replicarse este modelo resolutivo de gobernar, en cuatro días el mundo se transforma en paraíso. O revienta definitivamente.
