Pasando el puerto – M. A. Macía
Vamos acostumbrándonos a que todo sea anómalo y moderadamente absurdo, lo que no quiere decir que se acepte, sino que se contemple con el mudo estupor de quien ve llover desde la ventana de salón. La última tormenta, aún en desarrollo, del aspaviento autonómico ahonda en ese pasmo. Se queda corta la teoría china del efecto mariposa capaz de desencadenar tornados en latitudes lejanas. Porque, no lo olvidemos, estamos hablando de un plan de realojo para trescientos niños en un país de cuarenta y siete millones de almas. Trescientos niños sin acomodo que ha provocado las posturas cerriles de estos dirigentes que pretenden defendernos de lo imposible. Si con los trescientos primeros se provoca este espectáculo pronto quedaremos sin adjetivos para calificar las soluciones para los tres mil de la próxima semana o los treinta mil del mes que viene. La imparable llegada de personas a las costas europeas debería abordarse con demógrafos y el apoyo de estadísticos. Con cifras. Sin los pataleos desproporcionado de instituciones de luces cortas que prefieren mirarse al ombligo de su ideología antes que a la magnitud de su conciencia. Compren palomitas porque la película tan solo acaba de comenzar. Y, salvo sorpresa, acaba mal.