Pasando el puerto – M. A. Macía
Es imposible no hablar de Valencia. Es imposible cerrar los ojos ante la desolación y el caos provocado por el agua en primer lugar y por la irresponsabilidad después. Vivimos con la creencia del soporte del estado para amortiguar los palos que acaban llegando. La franca confianza en la red que debería tensarse para aliviar las caídas. Pero esa red, ese soporte que tan caro nos cuesta, se convierte en ausencia cuando más falta hace. Y no por falta de medios, ni de brazos, ni de capacidad de servicio de los que realmente realizan su labor cuando se les ordena. Sino por falta de capacitación del gestor que está en la cúspide. Del faraón al que miran todos los ojos cuando hacen falta soluciones cuando los datos -y nunca hubo tantos- alertan de la catástrofe. Sabemos que diluyen las miradas en comités, grupos asesores y filtros muchos filtros para que las responsabilidades tampoco puedan salpicar al único responsable. Se dice que es una rotura de confianza en el estado, se ensalza la figura del pueblo unido por salvarse a sí mismo, se busca a los desaparecidos, se llora a los fallecidos. Pero toca también el tiempo de pedir responsabilidades y depurar las sillas calientes que no han estado a la altura. Llega el tiempo de la reconstrucción no sólo urbana. Del traslado del gran país volcado en ayudar a las sillas de decidir.