Pasando el puerto – Marco A. Macía
Se celebra la Nochebuena por esa tradición tan arraigada en la impaciencia de querer saborear la víspera lo previsto para el día siguiente. La víspera cobra más importancia que la fiesta en sí. El nerviosismo de lo que ocurrirá mañana se calma con mordisquitos previos que, dentellada a dentellada, bautizaron a la noche con el mejor adjetivo al que podía aspirar ante la mesa mejor surtida. Ese mismo incontrolado deseo, en ocasiones ansia pura, se reproduce con la Navidad convirtiéndola en la única festividad con certeza de su fin, pero no de su comienzo. El inicio, como hemos comprobado también este año, ya no depende de las tradiciones que cada cual fijaba donde podía sino del arranque municipal concretado sin disimulo en un interruptor. La presión del dedo inocente, o no, en la botonera inicia un periodo de feroz competencia entre municipios para lograr el árbol más alto o la fachada más iluminada. Para deslumbrar tras una eficaz y puntual planificación que sonroja a los múltiples asuntos que duermen en el limbo administrativo el resto del año por esa tendencia tan acusada a demorarse por diversas e incomprensibles razones de procedimiento. Quizá sea ese el milagro de la Navidad: convertir cinco días festivos en un mes y medio de jarana tras presionar un botón. Bienvenidos sean y Feliz Navidad.