Ricardo Magaz – La Espada y la Pluma
Harto de los desaires de la sanidad privada, me pasé a la pública. Fui al ambulatorio, rellené el papeleo y me asignaron médico.
Siguiendo el protocolo, la doctora me mandó los análisis propios de la edad: próstata, colon, colesterol… Los primeros resultados llegaron al poco; todo bien. Los del colon tardaron un poco más, había atasco.
“Si todo es normal, se lo notificamos por carta en unas semanas; si detectáramos algo anormal, le llamaríamos rápido por teléfono”, me dijo la enfermera con rictus juicioso.
Dos días después sonó el móvil. Eran las nueve de la mañana. “¿Ricardo Magaz?”, preguntó la voz femenina al otro lado del hilo. “Sí, soy yo”, contesté. “Le llamamos del ambulatorio, es para comunicarle el resultado del análisis del cribado de colon; déjeme que mire los papeles, a ver, a ver…”
Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¡Dios santo! Seis, siete, ocho… ¡Horror¡ Nueve, diez, once… ¡Ay, mátame camión! De fondo, ruido interminable de papeles que se me antojaban sentencias implacables. “En efecto, aquí lo tengo”, me confirmó al fin: “es… negativo, sin problema”.
“Ufff. Disculpe, pero su compañera me dijo el otro día que si todo iba bien me lo enviarían por carta; en caso contrario me llamarían urgente por teléfono”, le razoné tartamudeando aún con los sudores fríos resbalando por la espalda.
“Sí, es que soy de Astorga, y como le he visto en el programa de televisión he querido adelantarle el resultado para que no esté pendiente”, replicó la mujer con gentileza desconcertante. “Muchas gracias por el detalle, muy agradecido, señorita”, acerté a balbucear con el susto en el cuerpo.
La vida es la constante sorpresa de saber que existes.