SIN PASIÓN – Eduardo Sáez
Por si fuera poco recochineo que paguemos un congo por llevar un espía continuamente en el bolsillo, ahora resulta que también nos mata.
Los israelíes, que en asuntos de letalidad son una autoridad desde las tormentas de sal de Sodoma y Gomorra, acaban de pulverizar a un montón de adversarios haciendo reventar por la propia señal telefónica móvil el buscapersonas que llevaban en el bolsillo.
Es decir, que si inferimos lo que ha ocurrido en Líbano, cualquiera estamos en el punto de mira de alguien con suficiente mala baba y buena tecnología para llevársenos por delante.
Ni siquiera Orwell tuvo un sueño tan húmedo en su 1984 (la novela, no el año, que hay que leer algo y no ser como Feijóo). El escritor británico preveía una distopía en la que un «Gran Hermano» vigilaba toda la vida y actividad de una sociedad de castas en la que las apetencias de cada individuo estaban alineadas y alienadas a su grupo social. Había paz y orden: cada uno estaba en su sitio, y al que tenía el ligero amago de convertirse en disidente, se le eliminaba.
Lo que no previó el señor Georges es que esa eliminación pudiera llegar a ser tan quirúrgica y a distancia. La realidad ha desbordado a Orwell.