Pasando el puerto – Marco A. Macía
Para los tiquismiquis un reloj de arena puede ser desconcertante. Los granos, uno a uno, van colándose de forma irremediable por el vértice del cristal que los agrupaba hasta que alguien los gira convocando a la gravedad, a Newton y a su manzana. Desencadenado el correr del tiempo. En el estrecho punto de unión de las dos burbujas se oficia la agonía pasajera del presente quedando arriba el futuro y abajo el pasado. Hay un momento en el que la cantidad superior es igual a la inferior. Si se perpetuase demostraría que el equilibrio entre pasado y futuro es posible: solo dura un instante, menos que un parpadeo. Sin arena, sin Newton y sin globos de cristal con el ferrocarril del Oeste pasa lo mismo. Estamos en un momento en el que en un tris podemos pasar del pasado al futuro si nos limitamos a dejar que la arena siga su curso, si no somos capaces de invertir el reloj o siquiera de taponar el fino ojo por el que se cuela la desesperanza. También podría usarse el ejemplo de la botella medio llena o medio vacía. Aún cuando son legión quienes ni ven la botella ni reparan en su contenido, hay una gota en un momento exacto que divide la cantidad del recipiente. La gota que provoca pasar de la desesperanza al futuro, el grano de arena que produce el desequilibrio y desencadena el empujón capaz de mover a un tren hasta Plasencia.