La Espada y la Pluma – Ricardo Magaz
Manuel era un hombre honesto. Desde niño le inculcaron valores inquebrantables: la verdad, el esfuerzo, la honradez… A sus 40 años, se encontraba en una encrucijada. Trabajaba incansablemente, pagaba sus impuestos, seguía las reglas… y, aun así, llegaba justo a fin de mes.
Cuando veía el telediario, Manuel se desesperaba: políticos corruptos, prostitutas cobrando de ministerios, amaños, drogas, sobornos, nepotismo familiar, abusos, empresarios que amasaban fortunas infectas…
Mientras tanto, Manuel seguía esforzándose sin obtener más que preocupaciones. La frustración le carcomía. ¿De qué servía su rectitud si el sistema miraba para otro lado con los torcidos?
La tentación humana empezó a rondarle. Un antiguo amigo le insinuó que había maneras fáciles de ganar dinero: «Los que triunfan son los que se atreven con las oportunidades”, le dijo guiñándole el ojo.
El hombre dudaba. Una parte de él le susurraba que se rindiera, que tomara lo que el mundo no le daba, pero estaba a su alcance. Otra voz le recordaba que perdería algo más valioso: su dignidad.
Una noche, frente al espejo, se dio cuenta que no valía para cruzar la línea roja. Comprendió que, efectivamente, la honestidad es en su mayor parte menos rentable que la indecencia; sin embargo, era incapaz de dar el salto.
Reconozco, amigo lector, que esta columna de hoy está cercana al género de la fábula pueril, acaso ingenua para los tiempos que corren. Lo sé. Quizás sería más sencillo llamar HDLGP a los Ábalos, a los Tito Berni y compañía, pero está ya tantas veces dicho…
