Las ciudades pequeñas tienen esas desconcertantes ventajas. En un paseo de dos minutos es posible cambiar de constelación. No al pie de la letra, claro, pero sí cerebralmente. A altura del rabo del león de Santocildes se predica el poder de las matemáticas y la ciencia trata de imponer su discurso irrefrenable explicando el magnetismo o la disolución de la grasa y a tiro de piedra, a los pies de Gaudí, son los chakras y los velones rituales quienes se llevan la palma solucionando con tres soplidos y un sortilegio la angustia del mundo.
Se quedan solos y sin argumentos los negacionistas de la magia astorgana y su capacidad didáctica y resolutiva para dar solución a todo lo complejo. Bien por la tabla periódica o bien por la tabla de ouija no debería quedar pregunta sin respuesta.
Eso sí, alguien debería velar por que no se junten los expositores de ambas plazas y se líe gorda frente a La Mercantil, que si el CSIC tiene apoyos enciclopédicos, los de las gemas y el tarot no son mancos. Ojo también al caer la noche, cuando confluyan en Ovalle los tambores chamánicos y los matraces de destilación porque ahí sólo las xanas y los cartomantes serán capaces de desenredar las dudas que atenazan las almas del mundo.
