J.J.A. Perandones – La Tolva
Hubo un tiempo, mediado el XIX, que las calles y plazas de Astorga aún eran aludidas por los vecinos con el nombre sugerido por la propia ciudad: de la Catedral, de la Cárcel, del Arco, de Panaderas, de la Tahona… Esta tradición empezó a perturbarse a raíz de la visita el 15 y 16 de septiembre de 1858 de Isabel II, con su familia y el confesor Claret. El alcalde Rafael Moreno, que alojará a tan ilustres huéspedes en su casa palacio, frente a Sancti Spiritus, y los regidores idearon para la ocasión un engalanamiento que en nada tuvo que envidiar a la “festiva aclamación”, con corrida de toros en la plaza Mayor, organizada para Mariana de Neoburgo, los días 26 al 28 de abril de 1690, cuando iba camino a desposarse con el infecundo Carlos II. Cuatro meses después de la real visita, el 21 de enero, la agradecida Corporación acordó nominar “Plaza de Isabel Segunda” a la que el común llamaba “de la Cebada, del Palacio Biejo o del Pozo”. Desde esta fecha se irán sustituyendo rótulos ancestrales por el de meritorios ciudadanos: en esa plaza de la Reina Castiza, hoy con escultura de fieras dotadas de poderosas garras o desafiante pico, a su vez, por el del general Santocildes. Sabios y prácticos eran nuestros antecesores al identificar el callejero por sus monumentos, singularidades y oficios; tal querencia, aunque no oficial, en parte perdura. “¿Dónde nos vemos mañana?”: “En la plaza del león y el águila”.
