J.J.A. PERANDONES – La tolva
No tenía la relevancia de las Puertas del Rey o del Obispo, al tratarse de un acceso secundario y escarpado, por donde, en hora temprana bajaba y al anochecer retornaba, al mando de un zagal, la piara de cerdos del vecindario para alimentarse en el boscaje cercano. Mas con el tiempo se configuraron dos calles, con rampas transitables, una de ellas conserva el rótulo de piedra, calle de Postigo, en tanto la que conduce a La Eragudina, con igual nombre, se consideró como Bajada. Su arco, como otros de la ciudad, fue derruido en la vorágine por rebajar las murallas, y ensanchar sus entradas, en las últimas décadas del XIX y primeras del XX. La calle de Postigo alcanzó su esplendor en el pasado siglo: sus casas, de tierra compactada, de ladrillo, aplantillado o recubierto con mortero, han sido habitadas por panaderos y tenderos, modistas, peluqueras y lavanderas, cantineros y alarifes, traperos y hojalateros, regidores y labradores… En el terreno de la nueva casa del n.º 47 llegaron a vivir más de diez familias, el llamado Corralón, con única fuente y retrete. Más de un tercio de los 44 solares son hoy viviendas deshabitadas o muros de ruina; sin embargo, las casas con vecindad gustan por decorosas. Cerrada la panadería de Mariví y Juan, con la clausura del bar de Manolín y Paquita, el de las partidas, famosos callos y ancas, pulpo y mollejas, se tranca la última puerta abierta, de una calle que rebosó de vida.