Pasando el Puerto – Marco A. Macía
Con los puentes de hierro ocurre lo mismo que con las personas: sólo se aprecian cuando faltan. Salvo en Morales del Arcediano donde han conseguido hacer de su puente metálico un símbolo de mayor porte que el pendón y que reúne más apoyos que una parrillada veraniega en El Cascayal. Antes de 1895 vadear el río era un problema para aquellas hiladas de mulas y carruajes que requerían cruzar en invierno. Con el estío no tanto, porque al bajar el agua aparecerían fáciles vaguadas navegables a caballo. Hasta que el problema encontró dignísima solución al fabricar y abrir al tráfico el puente en enero de 1904. Hay quien dice que era un puente para ferrocarril y realmente lo parece. Su robusta celosía metálica, cruces de San Andrés, remaches de cabeza gorda y firmes apoyos en caliza soportarían el paso de locomotoras sin temblar. Pero es desconcertante que en un punto tan alejado de las vías se instalara este ingenio por error o por descarte al no encontrarle acomodo para el tren. En todo caso ahí sigue cumpliendo años para orgullo de sus vecinos, obligados a cuidarlo con mimo. Su construcción fue contemporánea de la torre Eiffel y aunque distante miles de kilómetros bien podría haberse inspirado el puente en la torre. O viceversa, que con estas cosas nunca se sabe.