Marco A. Macía – Pasando el Puerto
Si se diera la coincidencia de que justo este fin de semana se presentase uno de esos descubrimientos capaces de pasmar al mundo, la fiesta alcanzaría cotas inimaginables. Debería ser, lógicamente, un descubrimiento muy potente. Capaz de hacer pequeño a Guttemberg con su imprenta, a Edison con sus bombillas o al chino de la pólvora. Una bomba evolutiva. Un hito universal. Algo tan maravilloso como un túnel de espacio tiempo por el que transitar del pasado al presente como quien pasea por la Eragudina. Entre pliegues de siglos, atajos entre épocas y deslumbrantes caminos de fulgor donde conectar el hoy con el ayer profundo. De presentarse ese divino ojo intemporal llegarían al Melgar los romanos y astures sin disfraz: con las pellizas, túnicas y sandalias que creemos recrear porque así lo han determinado los arqueólogos. Serían romanos de cuna y astures de sangre. Llegarían, con razonable sorpresa, al campamento donde alcanzaron la gloria mientras soñaban con ser recordados. Muy posiblemente saldrían el aturdimiento con la naturalidad de sentirse acogidos por los suyos. Muchos se pellizcarían con miedo e incredulidad. Pero no caerá esa breva. No se presentará el descubrimiento este fin de semana. Será una recreación. Otro ensayo para cuando lleguen de verdad y nos dejen boquiabiertos. O nosotros a ellos.