Pasando el puerto – M. A. Macía
Que no se pare el reloj. Eso es lo principal. Que el tiempo siga corriendo, aunque las agujas apunten amenazantes en las doce en punto congeladas en un ángelus permanente. No está la ciudad para perder ni un segundo y sería una piltrafa zafia confundir al personal con la quietud de las horas y el silencio rotundo de las mazas que no golpean. Si el mecanismo tiene que ir a Palencia -no podría ir más lejos- que vaya, pero dejando miguitas de pan para recorrer pronto el camino de vuelta. Hay casos de gente que se ha ido a Palencia y no ha sabido regresar y en la confusión solitaria de aquel paisaje monótono está todavía buscando el retorno. El reloj de la Casona, que sin él es sólo ayuntamiento de fachada, no debe andar por ahí a su aire como si fuera un sin techo cualquiera, o lo que es peor, desmembrado en piezas en una furgoneta más allá de Sahagún. En cada manija, en cada conteo de sonería, en la más fina hebra de acero va un trozo de la vida de todos porque marcó el momento exacto en el que alzando la vista le puso cifra a aquel instante irrepetible. Aquel segundo que nunca volverá a ser presente. Que vuelva pronto por el bien de todos y Astorga recupere con adelanto el tiempo perdido.
