Pasando el puerto – Marco A. Macía
Durante demasiado tiempo se va tensando un poco más el tratamiento de los asuntos de cada día. La marcada polarización del ambiente genera situaciones lamentables; engendra delitos. Las pasiones y la militancia ideológica han igualado, y frecuentemente superan, el hervor fervoroso de una competición deportiva y convierten cualquier nimiedad en una final interestelar, cualquier debate en un corazón sangrante, en un espacio excluyente: o tú o yo. Así, bajo el arrebato de una ceguera turbia se acaban defendiendo ideas puras y equilibradas que justifican un buen hostión contra quien piense diferente. Ha ocurrido en la vecina Ponferrada contra el amigo Olegario, como podría suceder mañana contra cualquiera que exprese sus ideas o, lo que es más arriesgado, las ejecute. Mal asunto cuando las coces, que riman con voces, sustituyen al diálogo y transforman al ciudadano de costumbres tranquilas en violento, cuando un señor que en zapatillas baja la basura puntualmente se considera defensor de no se sabe qué y como no le gusta lo que ve, embiste. Conviene recordar que ninguna idea merece una agresión y, desde el respeto de cada pensamiento, nada, absolutamente nada, ni nadie puede alargar la mano o la lengua para imponerlo. Deberían repartirse carnets con la palabra sosiego y dedicar un minuto diario a aplicarlo.