Marco A. Macía -Pasando el Puerto
Tuvo que llegar Amazon para que estemos a un tris de inventar el comercio de toda la vida. Ese que siempre estaba abierto y que, por estar al lado de casa, se visitaba para comprar hilo negro, el Muy Interesante o el arroz del domingo emancipado. Era de parada diaria hasta que llegó internet con el cantar de que era más fácil comprar desde casa. Parecía que el comercio online iba a acabar con ellos, numantinos irreverentes. Pero precisamente gracias al online, los resistentes, han recuperado su sitio. Como se pide todo tan fácil desde el móvil y te pasas el día fuera de casa, nunca puedes recoger los paquetes. No hay nadie cuando el repartidor llama a la puerta y es aquí cuando la tienda de confianza se hace imprescindible. El felpudo no es el mejor lugar para la entrega: si no le da más, déjenoslo en la tienda de enfrente y muchas gracias señor repartidor. Y allí te espera el paquete, rodeado de mercancía parecida que comparte procedencia y, en ocasiones, hasta forma y precio. En nada caeremos del guindo al descubrir que eran innecesarios tantos registros, tantas contraseñas y pagos adelantados para recibir justo lo que ya se vendía ante nuestras mismas narices. Lo que nos hace iguales en nuestra impostada exclusividad. Los imprescindibles del comercio, dicen.