J.J.A.PERANDONES – La tolva
Viene amoroso el otoño, este miércoles 16, y cuando se apacigua la lluvia sale un sol que apenas alcanza a clarear. Tienen las ciudades puntos señeros, el nuestro de Puerta Sol a donde llegan, como en el rompeolas madrileño, con mayor frecuencia que otros octubres, a partir del mediodía, peregrinos de todo el mundo; o este del atrio de la catedral, con su jaspe abrillantado por la lluvia, próximo al exterior ‘sanctuarium’. Me encamino hacia El Melgar, para ver, entre los cubos de la muralla, los acebos femeninos con su fruto arracimado, tan rojo, tan brillante. Y en este tránsito me cruzo con jubilados que con guía vienen a visitar la ciudad, como dos parejas orientales; y con astorganos que se dirigen a los establecimientos del centro, tres mujeres con hiyab y un carrito de bebé, una anciana en silla de ruedas que viene del médico, atendida por una nativa de la América hispana, y un pequeño grupo de africanos. Forman parte estos jóvenes, de brillante tez azabache, del centenar acogidos en El Temple, que sobrevivieron en los cayucos. Gozan de cuerpos robustos y es el suyo un trato educado y afable. El martes recibieron la inspección de un pájaro de mal agüero, procurador y reciente mandamás, con paga del pueblo; de apellido Gallardo. Se socorrió de la ‘Red X’ para, con figura, graznar un rato y así encandilar a la clientela, pero de esta tierra bien pienso que no es este su preferido canto.